Reseña del libro «Los Hermanos de Rebeca»

Los hermanos de Rebeca
Motines y amotinados a mediados del siglo XIX en Castilla la Vieja y León
Moreno Lázaro, Javier
Región Editorial (2009), 278 páginas.

Tanto en el imaginario popular como en los estudios académicos los habitantes de La Meseta de los últimos siglos eran sufridores mansos y resignados. Es generalizada la idea de que a pesar de las estrecheces, calamidades y abusos que sufrían nunca recurrían a la protesta o movilización. Este libro desmonta esos prejuicios y lo hace desde el rigor de un estudio histórico meticuloso. Desde Encuentro Castellano Espliego queremos resaltar la importancia de este trabajo, así como compartir algunas reflexiones que nos ha suscitado.Portada del libro Motines del PanEn un primer momento detengámonos en el autor. Javier Moreno Lázaro es profesor de Historia Económica de la Universidad de Valladolid. Ha estudiado la economía de Castilla la Vieja y León, especialmente su industria harinera, crecimiento económico y condiciones de vida de la población, así como los de Cuba y México. Es coautor de El cacique de Grijota abraza el fascismo. Ideología e imagen de Abilio Calderón Rojo, que recomendamos encarecidamente leer a cualquiera con un mínimo de curiosidad por el caciquismo y el golpe de estado de julio de 1936 en Palencia.

Debido al interés de su estudio hemos querido compartir este resumen comentado que en ningún caso pretende ser experto u objetivo, tampoco quiere ni puede sustituir al texto original. Nuestra intención es animar su lectura y compartir algunas inquietudes que esta nos ha suscitado. Obviamente, en este resumen se pierden una de las mayores cualidades del libro; la gran cantidad de detalles y hechos concretos obtenidos que recoge.

Para resumir y comentar la obra, seguiremos su estructura.

Introducción

Al comienzo del libro se repasan los testimonios y la bibliografía más importante, y ya se van señalando motivos de por qué tan pocas personas han tenido interés en estudiar los motines cuyos hechos más dramáticos tuvieron lugar de mayo a julio de 1856 en las provincias de León, Valladolid y Palencia. No convenía a ninguna de las fuerzas políticas de entonces, ni a las que después se reclamaron sus herederas, incluso llegando hasta nuestros tiempos. La academia se encuentra que los hechos van contra el prejuicio hegemónico ya mencionado, además de una gran escasez y dispersión de registros debido a la censura del momento. En pocos estudios se encuentra tal profusión de fuentes, no sólo de publicaciones, sino de archivos nacionales, provinciales, de corporaciones locales, eclesiásticos… Para ser un escrito académico, el libro apenas cuenta con notas al pie, o discusión de las diversas fuentes más allá de una de carácter general en la introducción. Agiliza su lectura, pero no se aclara cómo se han reconstruido los hechos, cuyo relato en ocasiones no coincide con el de otros estudios.
También se presentan explícitamente las tesis que defiende:

  1. Los motines del pan fueron motines de subsistencias desprovistos de inspiración política.
  2. Se prolongaron hasta bien entrado otoño de 1856.
  3. Estas manifestaciones de descontento popular son idénticas a levantamientos similares en otros países de Europa Occidental como Francia y Reino Unido. Sin embargo, como hemos apuntado, hay recogidas más conclusiones. Muchas de ellas están recogidas en la cuarta parte y el epílogo.

El libro no se ocupa únicamente de los sucesos de mayo a julio de 1856, si no que abarca la conflictividad en Castilla La Vieja y León entre 1854 y 1858. Para ello entra a fondo en las dimensiones sociales y económicas del momento y su interrelación. Afirma dejar a un lado los aspectos políticos y la naturaleza social de los motines, sin embargo, también relata las contradicciones y vicisitudes del Bienio Progresista y en ocasiones describe la población y sus dinámicas de protesta con una perspectiva próxima a la de los estudios culturales.

El libro está dividido en cuatro partes bien diferenciadas. En la primera analiza el tráfico de harinas en los años 40 y 50 y sus consecuencias sociales. En la segunda relata la conflictividad social en el territorio a estudio de 1854 a junio de 1856 para abordar con detalle los motines del pan en la tercera. La última parte se dedica a exponer las consecuencias de los motines.

Cuenta además con un apéndice que recoge manifestaciones, asonadas, algaradas, motines y huelgas desde el 1 de septiembre de 1854 hasta el 31 de diciembre de 1858. De forma exhaustiva para Castilla y León, a modo ilustrativo para el resto de España, obviando las insurrecciones esparteristas y huelgas. En total se recogen 425 entradas, 133 de las mismas en suelos castellano y leonés

1. LA REVUELTA LATENTE (1847-1853)

En el primer capítulo se nos describe el auge del capitalismo agrario en Castilla la Vieja y León. Una agricultura de productividad baja, cuyos beneficios no se basan en novedades técnicas, sino en la ampliación de tierras cultivadas y la sobreexplotación de renteros y jornaleros. El negocio está en manos de quienes Moreno Lázaro denomina señores de la harina, propietarios de empresas familiares, que viven a caballo de la Meseta y Santander, que no pocas veces poseen negocios navieros y acostumbran a hacer ostentación de su situación económica privilegiada. El Canal de Castilla facilita el comercio vía marítima que se limita a La Habana y Barcelona. La política proteccionista prohíbe importar grano y harinas del extranjero, pero también su exportación. El discurso oficial es que los beneficios de la harina impulsarán la industrialización de la zona, cuya manufactura textil está en franca decadencia al no poder competir con procesos más mecanizados.

Esto se muestra con el apoyo de cuadros y tablas. Mientras aumentan la producción, las exportaciones, los precios y la actividad económica en general, los salarios reales han descendido entre un 30% y un 50% para jornaleros y albañiles. También aumentan, sobre todo en los años más críticos, la tasa de mortalidad general, de mortalidad infantil, la exposición (entrega de niños a la inclusa) y el trabajo infantil. La altura media de los quintos estancada muestra que el crecimiento económico no ha traído aparejada una mejor alimentación para el común de la población.

En el libro se da importancia a un motivo de protesta que en muchos casos se trata de soslayo: los impuestos. Quizás sea la parte en que se explica la política económica la más difícil de seguir, pero se entiende el malestar generado entre las clases subalternas porque una porción importante de la recaudación pública se basara en los derechos de puertas y los consumos. Estos eran impuestos a los productos que entraban en una localidad. Hay que añadir que apenas había imposición a las rentas o la propiedad. Las personas acaudaladas hacen aportaciones a los ayuntamientos puntualmente, por caridad o temor a posibles disturbios.

Cualquier pequeña perturbación en la oferta de trigo hacía encarecer el pan, sobre todo en las ciudades. El hambre y las epidemias provocaban altercados. Los hay documentados en 1766, 1789, 1803-1804, 1823, 1841 y 1847. Las protestas solían tener un patrón. Comenzaba con un vocerío de mujeres en el mercado al constatar la carestía o escasez de ciertos productos (normalmente la harina o el pan, base de la alimentación de las clases populares). A estas se les incorporaban los jornaleros y peones congregados a la espera de ser contratados y se producía una asonada con manifestación ante el Ayuntamiento. Hasta aquí tenemos una algarada, pero esta puede evolucionar en motín con asaltos a edificios públicos o panaderías, retención de granos, agresiones a especuladores o autoridades y allanamiento de sus casas. En el libro el término motín se utiliza frecuentemente y para referirse a distintos episodios.

En 1847 se permite la exportación de grano y harina a las Islas Británicas ante la hambruna en Irlanda. En mayo de ese año se producen motines en Astorga y La Bañeza y el gobierno reacciona prohibiendo las exportaciones y eliminando impuestos de puertas. Aun así, los precios siguen al alza y los motines se replican en León, Zamora y Soria, mientras que en Valladolid y Palencia se reparte pan.

2. LA REVOLUCIÓN Y LAS REVUELTAS
de junio de 1854 a abril de 1856

En este apartado se describe la revolución de 1854 y cómo durante el gobierno “liberal progresista” se precarizan aún más las condiciones de vida de las más necesitadas. Se producen motines en respuesta, sobre todo en diciembre de 1854, que preceden al estallido de mayo de 1856.

En 1854 termina la década moderada con una revolución. El gobierno de Luis José Sartorius había dado pasos atrás en la liberalización del estado, centralizando el poder y otorgando mayor peso a la corona. Los escándalos económicos y la fastuosidad de la corte provocaron malestar, dirigiéndose esta en el rechazo a la reina madre María Cristina de Borbón. Progresistas y parte de los moderados llegan a una entente y el general O’Donnell se pronuncia en junio de 1854. En Madrid se levantan barricadas, que duran semanas, pidiendo la vuelta al gobierno del general progresista Espartero.

Los militares rebeldes, que no se han impuesto en el plano militar, ven conveniente atraerse el descontento recogiendo las demandas populares en el llamado Manifiesto del Manzanares, que se firma a principios de julio. Es entonces cuando comienza la revolución: progresistas y demócratas forman juntas revolucionarias y el descontento popular toma las calles; también en León y en Castilla. En Valladolid la agitación adquiere carácter de motín antifiscal al grito de ¡más pan, menos consumos!.

A finales de julio Espartero entra triunfal en Madrid y forma gobierno con O’Donnell de ministro de la guerra. Se comienza un proceso constituyente y se vuelve a instaurar la Milicia Nacional. Sin embargo, María Cristina de Borbón parte al exilio sin ser juzgada y rápidamente se reintroducen los consumos al no crearse tributos que repercutan en los más pudientes. Esto provoca tal malestar que a finales de agosto una muchedumbre se levanta en Salamanca y proclama la república. Para que la agitación no se extienda a Valladolid, los acaudalados de la ciudad reparten 16.000 fanegas de trigo. A todo esto, el gobierno toma una decisión que tendrá funestas consecuencias: nombrar capitán general de Castilla La Vieja a Joaquín Armero y Peñaranda, un militar ultraconservador especializado en mantener el orden con mano dura.

A finales de verano de 1853 había comenzado la guerra de Crimea. Inglaterra no se puede abastecer de trigo debido a la misma y el gobierno español aprueba las exportaciones. El precio del pan se multiplica y en otoño de 1854 comienzan las protestas de rigor que derivan en no pocas ocasiones en motines. Se retiran los consumos, pero el rápido anuncio de su reintroducción provoca un motín el 31 de diciembre en Valladolid que se replica en Palencia al día siguiente.

Los relatos de los hechos a lo largo del libro están repletos de detalles. Por ejemplo, en los motines de 1854 y muchos de los que vendrán, la Milicia Nacional, cuerpo de tendencia mayoritariamente progresista se negará a intervenir, ya sea por simpatía, compresión o lástima. La represión la ejercerán principalmente la Guardia Civil y el Ejército.

Tabla sobre el negocio harinero 1845 - 1860

La cosecha de 1855 es estupenda. Los señores de la harina se enriquecen con las exportaciones hasta el punto de que se acuña la expresión agua, sol y guerra en Sebastopol. Pero el pueblo ve que sus condiciones no mejoran, el gasto público no disminuye, incluso aumenta al tener que sostener la Milicia Nacional. Los impuestos se van reintroduciendo, pero paulatinamente para evitar conflictos. La desamortización de Madoz propicia las desaparición de bienes comunales, aunque según el autor esto tiene un efecto moderado en las condiciones de vida de la población y no suscita protestas populares.

Moreno Lázaro sí que señala que, ante la hambruna, muchos braceros se trasladaron a las capitales donde era más fácil encontrar alguna ocupación o alimento. Es de señalar que gran parte de los detenidos en los motines no son nacidos en la localidad en la que se les detiene (y si no ellos, sus padres). Nos preguntamos qué parte de responsabilidad tuvieron las amortizaciones en esta emigración a las capitales. Incluso en Palencia la desamortización del Valle de San Juan durante el bienio progresista privó de algunos ingresos a quienes iban allí a por leña para luego venderla en la capital.

Mientras en Cataluña los conflictos obreros marcan la actualidad, en Castilla hay un malestar latente que las autoridades vigilan de cerca. Demócratas y muchos progresistas están desencantados con la revolución. El pueblo sigue sufriendo de falta de trabajo, impuestos, bajos ingresos y precios en alza. Cada ayuntamiento palía la miseria dependiendo de sus recursos, la voluntad de las familias más adineradas y el temor a que se produzcan motines. En las noches de julio de 1855 los más pobres de Palencia se concentran en las plazas para gritar vivas y mueras.

Tabla demográfica 1840 - 1859

3. CASTILLA AMOTINADA
de mayo a agosto de 1856

En este tercer apartado se relatan los tres meses de agitación que acaban con el gobierno progresista. No sólo se describen los hechos más conocidos (motines de Valladolid, Rioseco y Palencia), sino que, gracias al trabajo de documentación, se recogen otros episodios, como las protestas contra las condenas tras los motines y los incendios de campos.

El 19 de mayo se reinstaura en Valladolid el cobro de consumos y se produce un motín. También hay malestar por los 188 presos que trabajan en una fábrica textil con sueldos bajos. Aun así, se reestablecen los consumos sin conflictos graves.

El 2 de junio el ayuntamiento de Astorga decide dejar de costear el pan a los menesterosos, por lo que se produce un motín impidiéndose la salida de grano hacia Santander. El ayuntamiento tiene que ceder y las autoridades intentan que no trascienda, pero carreteros y arrieros se encargarán de divulgarlo, como harán con el resto de motines.

El motín se repite el 17 de junio en Astorga. Se llega a destrozar una fábrica de conservas a la que se acusaba de utilizar productos tóxicos. Al día siguiente se decreta vender pan barato y los detenidos son juzgados por lo civil. El resto de localidades toma nota y en muchas el consistorio proclama medidas. Por ejemplo, en Palencia se reparte harina. Aun así, las mujeres palentinas protestan recorriendo las calles al grito de ¡queremos pan!, todos los días desde el 17 al 21.

El 22 de junio tiene lugar el motín de Valladolid. Comienza con la discusión entre una panadera y una clienta. Se reúnen las mujeres en la Plaza Mayor al grito de fuera puertas y pan barato. Se les unen hombres, incluidos algunos milicianos, y la muchedumbre toma el ayuntamiento. Unos concejales llevan pan a la Plaza Mayor, pero son recibidos con insultos. Ya es tarde para estos gestos.

El gobernador militar se niega a intervenir si no se le transfieren las competencias, quiere dejar en evidencia a los políticos progresistas. La Milicia Nacional tampoco interviene, de hecho, muchos milicianos participan del motín. Así que se asaltan casas de harineros y se queman las fábricas de harinas de la dársena del Canal de Castilla. A media mañana las autoridades transfieren el poder a Armero que proclama la Ley Marcial y desata la represión.

Ese mismo día, llega la noticia a Medina de Rioseco donde a primera hora de la tarde comienza una protesta exigiendo pan barato. Cuando se dan cuenta de que el alcalde intenta ganar tiempo para armar a los ricos, comienzan los apedreamientos de casas y se queman dos fábricas de harinas. De nuevo la Milicia Nacional se niega a intervenir. Tendrá que ser Armero el que detenga el motín cuando llega a las cuatro de la mañana.

Gráfico precio del pan 1850 - 1857

En Palencia, las autoridades ya advertidas, vigilan la ciudad la tarde y noche del mismo día 22, reina la calma. Sin embargo, el día 23 por la mañana, una multitud que parte del barrio fabril de la localidad llama a la protesta. Se les unen los peones que esperaban ser contratados y las mujeres y niños que estaban en el mercado. Se forma una turba de cuatro mil personas, un tercio de la población palentina. El gobernador militar de Palencia sigue la misma estrategia que Armero y se inhibe para forzar a que le traspasen poderes. Arden tres harineras hasta que Martínez Durango, capitán de la Milicia Nacional, consigue que un grupo de milicianos le secunden y ataca a la muchedumbre cuando se acerca a su harinera, causando un muerto y varios heridos. Los políticos acaban cediendo el poder a los militares que toman el control de las calles.

Ese mismo día se produjeron motines de menor intensidad en Alaejos, Béjar, Briviesca, Salamanca y Burgos.

El día 25 de junio se fusilan a las cuatro primeras personas en Valladolid. Los motines ya se han extendido por toda Castilla y en el resto de España hay protestas en solidaridad. Espartero se ve obligado a dimitir el 18 de julio y el 24 se disuelve la Milicia Nacional. Es el fin del Bienio Progresista, de un gobierno que no intentó cumplir ninguna de las promesas que hizo al pueblo para acceder al poder.

Moreno Lázaro insiste en que la conflictividad continuó en julio y agosto. Hecho bastante desconocido porque fue doblemente silenciado, por el temor de los alcaldes a que la represión militar pusiera las cosas peor en su localidad y por la censura que se decretó. También cambió de forma, proliferando las amenazas y los incendios anónimos y premeditados. En alguna ocasión se queman fábricas, pero destacan las partidas incendiarias rurales en Tierra de Campos, Tierra de Pinares y Soria.

4. CASTILLA SILENCIADA
de septiembre de 1856 a julio de 1858

En el último apartado Moreno Lázaro aborda los dos años que transcurren tras los motines, pero también reflexiona sobre su carácter y alguna de sus particularidades.

A pesar de que el precio del pan se mantiene elevado durante prácticamente un año, la conflictividad en Castilla desciende bajo la fuerte represión, que con un gobierno moderado se extiende también a republicanos, demócratas y progresistas. El malestar social se manifestará sobre todo en las reivindicaciones jornaleras de Andalucía y obreras de Cataluña.

La represión quiso ser ejemplar. Fueron juzgados 243 participantes entre Valladolid y Palencia, sólo 60 absueltos y 24 condenados a muerte (tres mujeres incluidas), a los que hay que añadir las decenas que mueren por las duras condiciones en las prisiones. Mientras, los represores son premiados: Armero es ascendido y Martínez Durango, el único responsable de muertes durante los motines, nombrado alcalde de Palencia.

Se discute el carácter de los motines. El autor considera que no fueron políticos o proletarios, sino de subsistencias y motivados por la caída de la oferta de grano, el aumento de impuestos y puntualmente, la persecución a contrabandistas. Son distintos a las protestas propias del proletariado de la revolución industrial, pero sí que responden a la modernización e intensificación del tráfico de cereales. Los motines del pan fueron formas de protesta social viejas ante realidades económicas nuevas. Lo que no significa que haya un retraso respecto a Europa; estas protestas son similares a las que se producen en las Islas Británicas en la década de 1840.

La brutalidad de la represión se debe a que los ataques fueron dirigidos contra la propiedad, realidad institucional desde la que se estaba construyendo el nuevo orden económico. El autor aclara la aparente incoherencia de que en periodo de carestía de trigo y harina se quemen los campos y se ataquen doce fábricas de harinas: Los campos eran de grandes propietarios que se sabía que especulaban con el trigo. Su cosecha no iba a servir para aliviar el hambre de los desposeídos. De hecho, se les hacía llegar un anónimo los días previos. Las fábricas colindantes al Canal de Castilla eran los lugares de los que partía la harina para su exportación. No se atacaron los tradicionales molinos maquileros que, al cobrar en porcentaje de molienda, no contribuían a la inflación de los precios.

Sobre quiénes participaron en los motines, se señala a la población menos afortunada, que era la más numerosa: jornaleros, braceros, menestrales, artesanos, empleados públicos de bajo nivel y titulares de talleres domésticos. Los amotinados provenían de todos los estratos sociales salvo los adinerados y el clero y actuaban espontáneamente y sin líderes, guiados por la experiencia de protestas similares que se venían produciendo, como poco, desde 1838.

Más polémica es la parte en la que se discute la participación de la mujer. El autor considera que esta se ha magnificado. Las crónicas de la época asociarían las revueltas a las mujeres por considerarlas seres abyectos y de escaso raciocinio que habrían arrastrado a los hombres. En la actualidad debido al justificado interés por destacar la participación femenina en los hechos históricos, comúnmente obviada. Para el autor, aunque en numerosas ocasiones fuera la protesta de las mujeres en los mercados el detonante del motín, su participación fue pareja a la de los hombres, tanto en cantidad como en liderazgo.

El relato histórico termina en 1858, en que se alcanza de forma temporal el sosiego público debido a la moderación del precio del pan y con la descripción de una ostentosa gira de Isabel II en junio de ese mismo año por las localidades en que hubo mayor agitación.

Epílogo

En este último apartado se sintetizan las conclusiones. Si animamos a la lectura del libro, más aún lo hacemos la de este apartado. Recogemos sólo alguna de las ideas que plantea Moreno Lázaro.

El propio autor destaca que el estudio puede ayudar a erradicar la creencia de que las poblaciones castellana y leonesa tienen un carácter morigerado. Los sucesos de 1856 se inscriben en unas protestas periódicas que se venían produciendo, como poco desde 1838 y que continúan con momentos álgidos en 1868, de 1890 a 1895 y en 1904.

Señala que el levantamiento se dirigió contra dos pilares de la revolución burguesa en su dimensión económica: la reforma fiscal y la liberalización parcial del mercado de productos alimentarios. Sin embargo, apunta de nuevo que la privatización de comunales no suscitó mayor rechazo, pues no supuso un gran cambio para los más necesitados.

Moreno Lázaro termina señalando el olvido de la historiografía económica de la realidad social y productiva del ámbito rural en el siglo XIX.

Comentarios

Nuestro interés como Encuentro Castellano Espliego en este tipo de lecturas es triple. Por una parte, comprender cómo se dieron en nuestro territorio los grandes procesos históricos. Aunque comunes en general a los de toda Europa occidental, sus singularidades nos pueden servir para entender mejor las particularidades de nuestra realidad más inmediata. Por otra, rescatar las tradiciones rebeldes palentina y castellana, tirando del hilo rojo de la Historia hacia atrás reencontrándonos como pueblo y trabajadores, a la vez que desmentimos los estereotipos a los que nos hemos acostumbrado dentro y fuera de Castilla. Hay que tener en cuenta que los conflictos no se abordan siempre de forma abierta, sino también los débiles recurren a formas de resistencia cotidiana, las clases subalternas recurren al discurso oculto para enfrentarse al orden social eludiendo la confrontación directa. Por último, queremos inspirarnos en lo bueno que pudieran tener las comunidades de vida y lucha tradicionales para enfrentarnos a los desafíos actuales.

Por el segundo motivo, volvemos a volver a señalar uno de los aspectos más destacados del libro. El autor desmiente el carácter conservador y manso de la población de Castilla, al menos en el siglo XIX. Los motines del pan no se circunscriben a unos días y localidades concretos, sino que se extienden durante tres meses, tomando distintas formas: asonadas, bloqueo del tráfico de mercancías, asaltos e incendios a fábricas, almacenes y domicilios e incendios de campos. Además, forman parte de una serie de protestas que tienen lugar al menos desde la década de 1830 hasta la de 1900 en paralelo con la conformación del movimiento obrero en nuestro territorio.

El libro nos ayuda a descartar que los motines fueron una reacción irraccional o automática a una situación de carestía. Nos remitimos a la diferencia que hay entre la escasez de 1838 y 1847. De magnitud similar, la primera es debida a las malas cosechas, la segunda a que se permite la exportación a las Islas Británicas debido a la hambruna irlandesa. La reacción es mucho mayor en el segundo caso. Esto nos muestra que la agitación social no es una reacción automática a la degradación de las condiciones materiales de vida, sino que es determinante la existencia de una concepción popular de lo que es justo, lo que algunos investigadores denominan economía moral de la multitud.

La existencia de una idea de justicia propia de las clases populares se evidencia en las ocasiones que el pan obtenido en el motín se vende a un precio justo, alejándose de lo que podemos asociar a un saqueo. También cuando se describe que, cuando el motín ya había comenzado y las autoridades traían pan o harina, o invitaban a saquear la fábrica en lugar de quemarla, los amotinados lo rechazaban porque el ofrecimiento de aliviar sus miserias había llegado demasiado tarde. Se priorizaba el castigo a los especuladores a satisfacer las necesidades personales inmediatas.

El autor afirma no profundizar en el aspecto político de la revuelta, pero sí en el social. Entendemos que es difícil separarlos, pero no podemos ir más allá. Para una discusión sobre este aspecto se puede leer la reseña del libro de Jesús Ángel Redondo Cardeñoso, donde aparte de señalar el interés del trabajo, expresa su disconformidad con algunas conclusiones. Está disponible en línea e invita a la reflexión sobre cómo interpretar la historia.

Moreno Lázaro apunta que la brutalidad de la represión se debe a que los ataques fueron dirigidos a la concepción de propiedad total, base de las transformaciones del estado liberal. Pero también queremos subrayar la dinámica de la Milicia Nacional. Creada para defender el orden liberal, parece que su tropa es de carácter semiprofesional y reclutada por levas. Esto hace que en numerosas ocasiones se niegue a reprimir a la población.

Entendemos que los motines responden a cómo se pasa de una situación en que sobre cada recurso haya una capa de distintos derechos de varios sujetos colectivos a el control absoluto del mismo por un único propietario. Se transita de una sociedad que, con todos sus defectos e injusticias, se justifica en la tradición y los usos y costumbres, a una racionalidad capitalista de maximización de las plusvalías con las vistas puestas en el futuro y el progreso como máxima.

También se percibe cómo el ejército español estaba más orientado al control y represión de la propia población que a la defensa de sus fronteras. El desarrollo de la revuelta puede servir para buscar similitudes con los estallidos sociales actuales. Hoy en día cada vez es más difícil poner siglas a las protestas masivas después de haber estado estas encuadradas en las organizaciones tradicionales de la clase obrera. No por ello deja de ser importante la solidaridad entre los amotinados y entre los distintos territorios.

Sin duda el libro recoge y da pie a muchas otras reflexiones, por eso insistimos en animar su lectura. Un repaso tan general no hace justicia al interés que tiene la obra, que en gran parte radica en los detalles de la que es tan rica. Interés que se multiplica para el lector cuando relata los hechos de la localidad o comarca propia. Pero también os invitamos a poneros en contacto con nosotros para cambiar impresiones, no sólo de esta u otras lecturas, sino sobre la realidad que nos ha tocado vivir y cómo intervenir en ella.

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